jueves, 2 de noviembre de 2017

Al carajo.

Ayer no quería cantar... es decir, quería solo cantar... No quería pensar en todo lo que hay al rededor del impulso visceral de cantar: peinarme, maquillarme, calentar, agradar al público, sonreír, tener un guión... 

Y no lo hice... Solo canté. 

Canté con rabia, canté con tristeza, canté con pasión, canté con desenfreno y absoluto desinterés en la técnica, en la afinación, en recordar las letras de las canciones...  No me peiné, no me maquillé, no calenté la voz, no seguí el guión. 

Salí y le conté a la gente mi historia con mis canciones, me dejé llevar y toqué el piano como quise, alargué las frases, desaceleré el tempo, lo aceleré, grité con la mirada. Muy pocas veces me lo he permitido de esa manera, pero ¿no es eso ser artista?

Creo que así tiene que ser: el momento de cantar es un momento de rebeldía... Es una paradoja porque para que eso sea mágico para mí, necesito saber las reglas, conquistarlas, sentir que me he ganado el derecho de decirles, ¡al carajo! 

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