jueves, 23 de mayo de 2019

Ciudad

En un rincón de la ciudad los niños juegan baloncesto, las viejas caminan, los viejos juegan ajedrez, las tiendas de las esquinas despiertan a la ciudad con un café mediocre, los árboles prestan la sombra, los pájaros cantan, pasan motos, carros, policías, pequeñas ráfagas de viento, palabras. 

La ciudad respira, la ciudad se asfixia un poco. Afuera es así. Adentro de mi burbuja hay silencios imaginarios, hay ruidos de fondo, hay aroma a vainilla, un vaso con agua frente a mi, un teclado, un celular, algunas cosas por hacer, algunas cosas por no hacer, algunas flores, canciones potenciales, una pequeña angustia que se ha hecho visible, de la que me he venido escondiendo sin saber, a la que he visto por ahí espiándome. ¿Qué necesitará? ¿Qué hace aquí? La dejaré ser y la escucharé con atención. Ni siquiera me importa que esté aquí.  Mi burbuja se parece bastante a cualquier rincón de la ciudad. 

miércoles, 22 de mayo de 2019

Fuck logic

Escribir, dejarse llevar. Que las palabras caigan en el papel sin un filtro. Escribir sobre la conversación inacabada que trata de llegar a algún lugar y no lo logra. Sobre el brillo de la ventana que quisiera cubrir completamente. Sobre la cortina que tengo en el baño de mi pequeño estudio y que quiero cambiar, sobre las alfombras y la pared de mi pieza. Escribir sobre mi gata que estará dormida soñando con seguir durmiendo o con una familia de gatos, o con cazar una mariposa de muchos colores. Las letras, así no lo quiera, pasan por los filtros de la lógica. Una lógica que no tiene mucho que aportarme, que llega limitada, gris, extraña, sin muchas posibilidades, esa lógica que me paraliza, que hace que muchas palabras salgan de mi boca o de mis manos, o en la pantalla de mi computador, maquilladas, con su disfraz, con su ideología, con su rabia, que no es más que mis sesgos e incapacidad de dejarme llevar. 

Pero se acabó. Ahora permitiré que la guitarra llegue al papel y se vaya sin más, sin ninguna función, sin ninguna sensación, sin ningún color, invisible si se quiere, como un regalo, como una flor, como un nacimiento, como un final, como lo que quiera. Que los parlantes vuelen y que los pianos sigan estando en el mar. Las palabras son al fin y al cabo, eso, nada. No son nada en sí mismas. Son luego cualquier significado que la mente se esfuerza tanto por crear. Ya no más. Se ha acabado esta prisión del deseo, de la verdad, del espíritu. 

El espíritu siendo aplastado por la lógica, por una lógica mediocre que no tiene en cuenta los colores que no existen o los otros universos, a las inmensas posibilidades de las cortinas, de las ventanas, de los sonidos que parecen de un avión o de una licuadora. La lógica debe morir en el papel. Voy a apuñalarla en la garganta, porque me está haciendo daño, porque las cadenas pesan demasiado y me ha convencido de que es un peso que no podré nunca soltar. Pero aquí lo dejo. Aunque aún esto tenga algo de sentido, no lo tendrá. Ya lo verás. 

Esto es eso, una lucha por quitarle la máscara a los monstruos de la conciencia, de los sueños, de las renuncias, de las decepciones, de las referencias, de todo. Es un buen comienzo perder el hilo. Ya no sé en qué iba y de eso se trata. De olvidar y continuar, de bailar cuando me baño, de reír o de no reír. Me cansa reír. Me cansa fingir. Me cansa tenerme como algún tipo de estándar. 

Ya no más estándares por hoy. Mañana ya lo veré. Es que no tengo que pensar lo mismo todos los días. Ni siquiera todos los minutos. Que voy a cambiar de opinión en una hora, y está bien. Es que eso es lo que tengo que hacer. Sin más. Dejar las ideologías aprendidas o dejar de pensar que las naranjas crecen de los árboles. Puede que crezcan en la imaginación. Hay una creciendo en este momento. Como la canción que trato de escribir. Y que se ha terminado sola.