Pero se acabó. Ahora permitiré que la guitarra llegue al papel y se vaya sin más, sin ninguna función, sin ninguna sensación, sin ningún color, invisible si se quiere, como un regalo, como una flor, como un nacimiento, como un final, como lo que quiera. Que los parlantes vuelen y que los pianos sigan estando en el mar. Las palabras son al fin y al cabo, eso, nada. No son nada en sí mismas. Son luego cualquier significado que la mente se esfuerza tanto por crear. Ya no más. Se ha acabado esta prisión del deseo, de la verdad, del espíritu.
El espíritu siendo aplastado por la lógica, por una lógica mediocre que no tiene en cuenta los colores que no existen o los otros universos, a las inmensas posibilidades de las cortinas, de las ventanas, de los sonidos que parecen de un avión o de una licuadora. La lógica debe morir en el papel. Voy a apuñalarla en la garganta, porque me está haciendo daño, porque las cadenas pesan demasiado y me ha convencido de que es un peso que no podré nunca soltar. Pero aquí lo dejo. Aunque aún esto tenga algo de sentido, no lo tendrá. Ya lo verás.
Esto es eso, una lucha por quitarle la máscara a los monstruos de la conciencia, de los sueños, de las renuncias, de las decepciones, de las referencias, de todo. Es un buen comienzo perder el hilo. Ya no sé en qué iba y de eso se trata. De olvidar y continuar, de bailar cuando me baño, de reír o de no reír. Me cansa reír. Me cansa fingir. Me cansa tenerme como algún tipo de estándar.
Ya no más estándares por hoy. Mañana ya lo veré. Es que no tengo que pensar lo mismo todos los días. Ni siquiera todos los minutos. Que voy a cambiar de opinión en una hora, y está bien. Es que eso es lo que tengo que hacer. Sin más. Dejar las ideologías aprendidas o dejar de pensar que las naranjas crecen de los árboles. Puede que crezcan en la imaginación. Hay una creciendo en este momento. Como la canción que trato de escribir. Y que se ha terminado sola.
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